Un
fuerte aplauso irrumpió en el edificio normalmente silencioso de la Suprema
Corte cuando la ministra de justicia Sonia Sotomayor tomó juramento de
su cargo el 8 de agosto, y sus admiradores por toda la nación vistieron
orgullosamente las camisetas de la sabia mujer latina.
Igual
que durante las elecciones de Barack Obama a la presidencia en noviembre, el surgimiento
de una mujer puertorriqueña de la clase obrera, criada por una madre soltera
en un edificio de viviendas públicas en el Bronx, ascendiendo hasta el
más alto lugar de los tribunales del país, marcó un parteaguas
en la historia de Estados Unidos.
Sotomayor es la primera latina y tan
sólo la tercera mujer que en 220 años ha estado en el más
alto tribunal. Ha habido sólo dos afroestadounidenses entre los 111 miembros
de la Suprema Corte.
El 12 de agosto, en una recepción colmada de
emotividad en la Casa Blanca para la nueva ministra de justicia, Obama dijo que
la confirmación 68-31 que le dio a ella el Senado rompió otra
barrera más y afirmó nuestra creencia de que, en Estados Unidos,
las puertas de las oportunidades deben estar abiertas para todos.
La
admisión de Sotomayor a la Suprema Corte se debió en gran medida
a los largos años de lucha por equidad racial, étnica y de género
emprendida por las minorías, las mujeres, los progresistas y muchos sindicatos,
así como por una maravillosa formación de su madre, Celina, y por
una cultura de unión familiar, así como por su extraordinaria inteligencia,
su determinación, su esforzado trabajo y su voluntad de lucha contra la
discriminación. Celina, una enfermera jubilada, sostenía la Biblia,
y el hermano Juan, un doctor de Syracuse, estaba de pie a su lado cuando ella
tomó el juramento judicial.
Una carrera
distinguida
Fue una destacada alumna de la Escuela Secundaria
Cardinal Spellman del Bronx; se ganó una beca para estudiar en Princeton
y se graduó en leyes en Yale. Entre diversa y distinguida carrera una
historia clásica de éxito americano se cuenta el haber trabajado
como asistente del procurador de justicia del Distrito de Manhattan como abogada
privada antes de que el presidente George H. W. Bush la nombrara para el Tribunal
de Distrito Federal en 1992. El presidente Bill Clinton la elevó al Tribunal
de Apelaciones en 1998.
Cuando Obama la nominó para la Suprema Corte,
Sonia Sotomayor tenía más experiencia judicial que cualquiera de
los nominados en los últimos 100 años y una trayectoria de justicia
e imparcialidad en 700 fallos desde la banca.
Sin embargo, en su batalla
de 10 semanas por la aprobación del Senado, ella debió soportar
una maliciosa campaña republicana de desprestigio, basada en estereotipos
racistas. Los oponentes la llamaban una intelectual ligera, una juez
de extrema izquierda, e incluso una racista que iba a
dejar que su herencia étnica influyera en sus decisiones.
Aunque
fue atacada por decir que la riqueza de experiencia de una sabia
mujer latina podría ayudar en la toma de decisiones judiciales, Obama
elogió su comprensión del impacto que tiene la ley en cómo
trabajamos y veneramos y criamos a nuestras familias; en si tenemos las oportunidades
que necesitamos para vivir la vida que nos imaginamos.
Obama dijo
que su logro tenía un gran significado para toda la nación. Se
trata de todo aquel niño que crecerá pensando: Si Sonia Sotomayor
puede lograrlo, entonces tal vez yo también puedo.
Bill Schleicher