Por Lillian Roberts,
Directora
Ejecutiva
de DC 37, AFSCME
DI MIS PRIMEROS PASOS como activista
sindical cuando era enfermera auxiliar en Chicago. Uno de los momentos que más
orgullo me da fue cuando encabecé la campaña organizativa en los
hospitales públicos en los años 60, la cual estableció al
DC 37 como el principal sindicato municipal de la Ciudad de Nueva York. Por ello,
la atención médica es un asunto que me apasiona particularmente.
Y hoy en día, nuestro sistema es un lío económico y una crisis
humana.
Como defensora de los pobres y de las familias de los trabajadores,
veo la atención médica como un derecho y no como un producto comercial
para generar ganancias. Considero escandaloso que seamos la única nación
del mundo industrializado que no ofrece atención médica gratuita
a sus ciudadanos.
Canadá gasta por persona en atención
médica la mitad de lo que gasta Estados Unidos, pero nuestro índice
de mortalidad infantil es más alto y nuestra expectativa de longevidad
es más corta. El año
pasado, Toyota citó los costos médicos
como una de las razones para instalar una planta y miles de empleos en Canadá
donde hay un sistema nacional de atención médica en
lugar de hacerlo en Tennessee.
Millones sin
plan
El costo altísimo de la atención médica
inmoviliza a las empresas del sector privado, quiebra los presupuestos del sector
público, y deteriora la capacidad de negociación colectiva de los
sindicatos, en tanto que 45 millones de estadounidenses son abandonados en el
frío sin ninguna cobertura médica.
Las empresas de recetas
médicas se salen con la suya, cobrando muchísimo más aquí
que en cualquier otro país por los mismos medicamentos. Son las que tienen
mayores ganancias en el país, en tanto que sus precios indignantes exprimen
las prestaciones de los miembros sindicales y a otros los dejan teniendo que elegir
entre medicinas y comida.
Es hora de que exijamos un simple plan de atención
médica que cubra a todos y controle los precios de medicinas vitales. Un
plan médico nacional quitaría el tema de la atención médica
de la mesa de negociaciones; brindaría un alivio financiero a los gobiernos
municipales y liberaría fondos para alzar los salarios y mejorar los servicios.
En el sector de atención médica, la motivación de la
ganancia genera desperdicio. Hace poco, el New York Times señaló
que muchos planes privados se niegan a pagar $150 por atención preventiva
de dolencias diabéticas del pie, aunque cubren amputaciones que cuestan
$30,000. No hay lugar para la búsqueda de ganancias enormes en la atención
médica. Una tercera parte del gasto federal de atención médica
se destina a las gigantescas compañías de seguro. Sin ellas, nos
las arreglaríamos en rumbo a un sistema de atención médica
que funcione para las necesidades del paciente en lugar de para la codicia empresarial.
Falta control de precios
El costo
administrativo del Seguro Social es sólo el 1%. Nuestras instituciones
de Health and Hospitals Corp. cuyo personal es de nuestros miembros
ha sido citado por agencias de acreditación nacionales por su alta calidad
en la atención médica. Un programa gubernamental bien diseñado
podría proporcionar una atención médica superior para todos
los estadounidenses por menos de lo que gasta el sector privado.
El costo
disparado de las medicinas recetadas destruye gradualmente las prestaciones sindicales
y ataca los niveles de vida de los ancianos. El nuevo plan de medicinas Parte
D de Medicare elaborado por la administración de Bush es inadecuado
y está lleno de en confusión. Lo peor es que, para complacer a los
amigos de Bush en la industria farmacéutica, la legislación republicana
de hecho le prohíbe al gobierno controlar los altos precios de las medicinas.
Sin un control de precios, no sé como la mayoría de los ancianos
de nuestro plan sindical de prestaciones podrán jamás escapar del
vicio financiero de la industria farmacéutica. En la Segunda Guerra Mundial,
los controles de precio impedían lucrar con gasolina, azúcar y carne.
¿Son las medicinas menos esenciales para la calidad de nuestra vida?
Los sindicatos al frente
Los sindicatos
como el nuestro deben ir a la cabeza de la lucha por un seguro médico nacional
y un control de precios de las medicinas. Debemos trabajar con una coalición
de políticos progresistas, empleados con visión al futuro y organizaciones
sociales y religiosas para catapultar estos problemas al primer lugar de la agenda
política de nuestro país.
Tenemos que transmitirle a Washington
este mensaje: nuestra salud es demasiado importante como para dejarla en manos
del sistema fallido actual.